jueves, 16 de abril de 2009

Historia de FRANCISCO DE ASIS -Antú y Solsiré

Por fin llegó el verano.
Antú se alegró más que nadie en el pueblo porque había más tiempo para aventuras. Con entusiasmo le propuso a sus amigas recorrer cada día un rincón diferente del bosque, por supuesto, sin traspasar el límite del Río Cristalino... como sabemos, ¡ya había aprendido la lección!

Todas las noches iban hasta la casa de Arimantu y, sentadas en la cocina, le relataban los descubrimientos más recientes: las distintas formas de las hojas, los variados colores del cielo, las
extrañas texturas de las rocas, los numerosos hábitos de los animales.
“Están viendo todo con unos ojos nuevos”, comentaba la Sabia siempre, apenas terminaban de hablar.
“¿Qué es eso?”, se le ocurrió preguntar a Antú en cierta ocasión.

“Es lo mismo que le sucedió al Hermano Francisco hace mucho tiempo”. Arimantu se acomodó en una banca y contó la historia:

“Hace 800 años atrás, en un pueblo llamado Asís, nació Francisco. Era hijo de un rico mercader que vendía telas y una elegante mujer.
Creció rodeado de comodidades; su padre le aportaba el dinero y su madre, el buen gusto. Se convirtió en un joven alegre que disfrutaba la compañía de sus amigos. No tenía preocupaciones, por lo tanto, se dedicaba a organizar fiestas y banquetes gran parte del tiempo. Ocupaba las horas restantes para soñar y practicar artes como el canto y la poesía.

Su padre guardaba la esperanza de convertir a Francisco en un hábil comerciante, pero él no mostró interés por esto. Como la vida militar estaba de moda en esa época, resolvió probar su suerte en la guerra.
Partió orgulloso, vestido con su brillante armadura, a luchar en una batalla contra un pueblo llamado Perusa. Pero a Francisco lo capturaron los enemigos. Estuvo en prisión durante un año y esto le provocó una gran tristeza. Comprendió que la guerra no era
para él, pero no sabía por qué decidirse. Se
enfermó gravemente y fue enviado de regreso a su hogar, donde se recuperó de a poco gracias a los cuidados de su madre.

Cuando mejoró por completo, Francisco notó que estaba muy cambiado. Se dio cuenta que la larga enfermedad que tuvo, en el fondo, fue una gracia. Hizo la función del arado que remueve la tierra, la rompe y hace posible el crecimiento de los cultivos. La larga enfermedad le regaló unos ojos nuevos.

Tuvo la impresión que antes no había visto nada. Observó maravillado el cielo y sus nubes, el bosque y sus animales, la pradera y sus flores como si fuera la primera vez. ¡Cuántas veces pasó por allí y
pensó que no eran más que una decoración en el paisaje! Ahora le pareció que le hablaban y lo conmovían. Todo lo que lo rodeaba era cercano y familiar. Hermano sol, hermana luna... así trataba a todas las cosas de la naturaleza. Sintió profundos deseos de dar las gracias. Gracias al cielo. Gracias a la tierra. Gracias a la vida.

Gracias a… Dios. Algo tan hermoso no podía sino ser su obra.”

Antú escuchó atentamente la historia. Le trajo a la memoria aquella vez que la noche las alcanzó cuando aún estaban en el bosque. Recordó que, al principio, sintió temor y luego, confianza. No le quedaba duda: Dios estuvo con ellas en ese momento, en la naturaleza…

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