viernes, 17 de abril de 2009

Final de la Historia de Antú y Solsiré

Era el mes de febrero y la bandada de golondrinas comenzó a organizar su viaje migratorio.
Solsiré observaba con fascinación como todos los adultos corrían de un lado para otro. Mientras algunos hacían arreglos a los nidos para que quedaran en buenas condiciones hasta la próxima temporada veraniega, otros recolectaban alimentos nutritivos para que todos sin excepción contaran con la energía suficiente para volar miles de kilómetros. Como la comida era rica en grasa, Solsiré veía que su cuerpo se hacía más grande y robusto cada día.

Con el pretexto de engordar, se dio el lujo de saborear cuánto manjar hallaba en el bosque: néctar de los frutos de árboles cercanos, hojas suaves y aromáticas, pasto tierno… Incluso estuvo dispuesta a probar las migas que se le caían a los humanos que pasaban por ahí, rumbo a los campos de trigo.
En la bandada reinaba la tranquilidad y la alegría.
El viaje en busca del sol estaba muy bien preparado. Por esta razón Solsiré se mostró extrañada cuando despertó un día y vio caras de tristeza. Inmediatamente se levantó y decidió buscar a su mamá para obtener respuestas.

Voló hasta abajo y se encontró con sus hermanos. “Ha muerto Jaquim”, le contó uno de ellos con voz débil. A Solsiré se le llenaron los ojos de lágrimas.
Sentía un gran cariño por la anciana guía de vuelo. ¿Qué haría ahora con este sentimiento tan fuerte?
Unos pocos metros más allá se hallaban reunidos todos los adultos.
Solsiré se acercó buscando el calor del grupo.

Miles de pensamientos daban vueltas en su cabeza y esperaba que las golondrinas mayores le dieran un consuelo. Formaban un círculo en torno a Ayeka, que estaba posada sobre un pequeña roca.

¿Qué haremos ahora?- preguntó alguien en voz alta.

- Debemos llevar el cuerpo de Jaquim a un lugar donde descanse llena de paz- comentó la mamá de Solsiré.

- Opino que lo traslademos a su refugio- dijo alguien.

- A orillas del Río Cristalino- propuso otro.

- No, es mejor entre las ramas del fiel alerce- se escucharon varios murmullos.

- Yo tengo una sugerencia-

Se produjo silencio. Era Ayeka. 

- Llevaremos su cuerpo a la cumbre más alta, lo más cerca del cielo que se pueda- dijo con serenidad-Dentro de unos días, la bandada pasará volando por allí… nada llenaría más de orgullo y alegría a Jaquim que un espectáculo como ese...
Todos aplaudieron la idea. Una golondrina tan dedicada como Jaquim, que se entregó por completo a sus tareas como guía de vuelo, estaría de acuerdo. Algunos adultos empezaron a planear los detalles para realizar esta hazaña. “Iremos hasta la montaña elegida formados como la punta de una flecha, como siempre…” Kaze se detuvo. ¿Quién la encabezaría ahora?

Preguntó esto en voz alta. Los presentes se miraron unos a otros. Finalmente, todos los ojos se
posaron sobre Ayeka. Ella había dado muestras de mucha sensibilidad y buen criterio. ¡No había mejor opción posible que elegirla para guiar a todas las golondrinas en su próximo viaje en busca del sol! El grupo empezó a corear su nombre y, con un renovado entusiasmo, la melodía se convirtió en una bella canción.

Entre tanto Solsiré contemplaba a la distancia estos acontecimientos. Estaba confundida. Tenía al mismo tiempo una gran tristeza y una gran alegría en el corazón. Pena, porque echaba de menos a Jaquim; dicha, porque su mamá demostrado sabiduría y preparación suficiente para asumir como la siguiente guía de vuelo de la bandada. Sentía orgullo… quizás algún día ella también podría tomar una responsabilidad así.

Antú, como todos los demás niños del pueblo, debía cumplir responsablemente con sus tareas diarias. A veces le correspondía ayudar en la casa y otras, en el campo. Por supuesto, Antú prefería esto último. A fines del verano, después de levantarse apenas se asomaba el sol, visitaba los cultivos. Cada vez regresaba con un canasto de trigo cosechado por ella misma.

En una ocasión iba caminando apurada cuando se dio cuenta que el recipiente estaba roto y que por el agujero se habían caído muchos granos. Siguiendo la pista retrocedió hasta encontrarse con una golondrina que estaba probando gustosamente su trigo. Esto le pareció curioso. Antú había observado por largas horas a estos pájaros y sabía que sólo comían insectos. “¡Que glotona!”, dijo entre risas. Al parecer, el ave no tenía temor y Antú pudo sentarse a su lado.

Solsiré reconoció a la niña.
Era la que a menudo paseaba por el bosque con el extraño bulto atado a la espalda.
Lo que le llamaba la atención es que tenía una larga cabellera del mismo color que su plumaje.
Al día siguiente, cuando Antú fue a los campos de trigo, dejó un puñado de granos en el mismo lugar donde había visto a la golondrina, con la secreta esperanza de que regresara. Se sentó junto a un árbol y esperó.

El ave se encontraba presenciando la escena desde una rama y . Bajó a probar una vez más el rico trigo.
Antú estaba encantada ¡Su plan había resultado! A partir de entonces, la niña y la golondrina se
encontraron todos los días al amanecer.

Antú siempre regresaba al pueblo antes del mediodía.
A veces se encontraba con Arimantu, quien daba su paseo habitual por los alrededores.
“Ya se va el verano”, le comentó a Antú en una ocasión. Miró hacia el cielo y agregó “El sol ya no hace su camino en lo más alto del cielo”.
La niña sabía que muy pronto empezaría a hacer más frío y que las horas de luz serían cada vez menos.
Esto lo llenó de tristeza.

¿Qué pasaría con su amiga golondrina cuando cambiara el clima?
Era un pajarito muy fuerte, pero al mismo tiempo tan fragíl...
Cuando le consultó a la Sabía, ésta le dio una respuesta que la dejó sin habla:

“Se irá de aquí junto al resto de la bandada a buscar tierras más cálidas”

Ante el silencio de Antú, agregó:

“Estarán lejos mientras dure el invierno, nada más... Ya verás como regresarán el proximo año, anunciando una vez más la llegada de la primavera”.
La niña pensó: “Quizás mi ave amiga sea la golondrina bienvenida cuando eso suceda”. La idea la llenó de alegría.
¡Ahora esperaría con más ganas que nunca las primeras señales del buen tiempo!

Mientras tanto, Solsiré también pensaba en el futuro.
Estaba triste y contenta por la partida. Ahora que tenía una amiga humana, deseaba pasar más horas con ella.
Lo único que la consolaba era la certeza que se volverían a ver. Su corazón estaba lleno de cariño y agradecimiento.

No sabía como demostrarle a la niña cuán importante era el gesto que ella hacía todos los días. El trigo que le daba estaba delicioso.
Ya hallaría la forma de hacerlo...
En el momento que la bandada se empezó a preparar para emprender el vuelo hacia el sol, se le ocurrió una idea.

Una mañana fresca esperó a la niña como siempre en el árbol.
Cuando llegó, descendió y, en vez de recoger el trigo, siguió de largo.
Antú sorprendida la siguió mientras se preguntaba si había algún problema. Llegaron hasta el lugar donde se encontraba toda la bandada. Todos los pájaros estaban armónicamente formados.
La pequeña golondrina fue a tomar su lugar y fue entonces cuando empezaron a cantar.

Esta trinada era el más hermoso regalo que se podía ofrecer.

Antú escuchó emocionada como la bandada finalizaba sus bellas melodías... Ya era la hora.
La niña se asombró cuando las golondrinas emprendieron el vuelo, atravesando el cielo como una singular flecha en dirección al sol...
Sintió que las lágrimas humedecían sus ojos.

No eran lágrimas de tristeza, sino de profunda alegría. 

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